El problema del mal

¿Es inocente Dios del mal del mundo? Este es un tema que muchos de nosotros pensamos alguna vez y también es una pregunta que nos suelen repetir nuestros amigos ateos, ¿Por qué Dios permite el mal? En este artículo del blog El teólogo responde, página web que escribe el P. Miguel Ángel Fuentes, IVE; un joven le realiza las siguientes preguntas

¿Porque Dios permite el mal? Si Dios es creador de todas las cosas, y si el mal existe
¿lo creó Dios? ¿Es inocente Dios del mal en el mundo? ¿Por qué hace sufrir a los buenos?

Estimado:canvistas

El drama de la existencia del mal ha sido usado desde muy antiguo para poner objeciones a la existencia de Dios o al menos a su actuación en el mundo. Lo reconoce el mismo Catecismo de la Iglesia Católica: “Si el mundo procede de la sabiduría y de la bondad de Dios, ¿por qué existe el mal?, ¿de dónde viene?, ¿quién es responsable de él?, ¿dónde está la posibilidad de liberarse del mal?”[1]. Y también en otro lugar: “La fe en Dios Padre Todopoderoso puede ser puesta a prueba por la experiencia del mal y del sufrimiento. A veces Dios puede parecer ausente e incapaz de impedir el mal”[2].

          Para muchos el escándalo del mal pone a prueba su fe en la providencia divina. “Si Dios Padre Todopoderoso, Creador del mundo ordenado y bueno, tiene cuidado de todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal?”[3]. “A esta pregunta tan apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa –responde el Catecismo– no se puede dar una respuesta simple. El conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta: la bondad de la creación, el drama del pecado, el amor paciente de Dios que sale al encuentro del hombre con sus Alianzas, con la Encarnación redentora de su Hijo, con el don del Espíritu, con la congregación de la Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada que las criaturas son invitadas a aceptar libremente, pero a la cual, también libremente, por un misterio terrible, pueden negarse o rechazar. No hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea en parte una respuesta a la cuestión del mal”[4].

Algunos se preguntan: “¿por qué Dios no creó un mundo tan perfecto que en él no pudiera existir ningún mal?”[5]. Es cierto que “en su poder infinito, Dios podría siempre crear algo mejor”. Sin embargo, dice el Catecismo, “en su sabiduría y bondad infinitas, Dios quiso libremente crear un mundo ‘en estado de vía’ hacia su perfección última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con las construcciones de la naturaleza también las destrucciones. Por tanto, con el bien físico existe también el mal físico, mientras la creación no haya alcanzado su perfección”[6].

          Los ángeles y los hombres son criaturas inteligentes y libres, y deben, como tales, caminar hacia su destino último por elección libre y amorosa. Pero la libertad, en este mundo, es imperfecta y por tanto puede claudicar; es lo que de hecho ocurrió con el pecado. Y fue así como el mal moral entró en el mundo, como indicamos al hablar más arriba del pecado original. Dios no es de ninguna manera, ni directa ni indirectamente, la causa del mal moral. Lo permite, respetando la libertad de su criatura, porque, misteriosamente, sabe sacar de él el bien, como dice San Agustín: “Porque el Dios Todopoderoso… por ser soberanamente bueno, no permitiría jamás que en sus obras existiera algún mal, si Él no fuera suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal”[7].

          Hay cosas que no podemos explicar ni entender sino desde una perspectiva que trascienda los tiempos y las expectativas demasiado apresuradas de los hombres: “Así, con el tiempo, se puede descubrir que Dios, en su providencia todopoderosa, puede sacar un bien de las consecuencias de un mal, incluso moral, causado por sus criaturas”[8].

          Es lo que nos enseña el episodio de José vendido por sus hermanos como esclavo. Con el tiempo, y debido a esa misteriosa decisión pecaminosa de sus hermanos, José se convierte en el salvador de su pueblo. No fuisteis vosotros, dice José a sus hermanos, los que me enviasteis acá, sino Dios…, aunque vosotros pensasteis hacerme daño, Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir… un pueblo numeroso (Gn 45,8; 50,20). Esto no quita ni disminuye la malicia de la voluntad que interviene en la historia con su pecado (como no dejó de ser pecado la acción de los hermanos de José), pero Dios da vuelta las cosas trocándolas en un bien mayor.

          Mucho más se ve en la Muerte del Hijo de Dios hecho hombre: “Del mayor mal moral que ha sido cometido jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por los pecados de todos los hombres, Dios, por la superabundancia de su gracia, sacó el mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y nuestra Redención. Sin embargo, no por esto el mal se convierte en un bien”[9].

          San Pablo expresa este misterio con una expresión que debe guiar a los cristianos en medio de sus pruebas: Todo coopera al bien de los que aman a Dios (Rm 8,28).

          Los santos han tenido una delicada conciencia de esta verdad. Por eso Santa Catalina de Siena decía a “los que se escandalizan y se rebelan por lo que les sucede”: “Todo procede del amor, todo está ordenado a la salvación del hombre, Dios no hace nada que no sea con este fin”. Y Santo Tomás Moro, poco antes de su martirio, consuela a su hija: “Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor”. De modo semejante la mística inglesa Juliana de Norwich: “Yo comprendí, pues, por la gracia de Dios, que era preciso mantenerme firmemente en la fe y creer con no menos firmeza que todas las cosas serán para bien… Tú verás que todas las cosas serán para bien” [10].

Como cristianos debemos profesar nuestra visión de fe en este misterio de la existencia del mal diciendo con el Catecismo: “Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con frecuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios cara a cara (1Co 13,12), nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat definitivo, en vista del cual creó el cielo y la tierra”[11].

P. Miguel Ángel Fuentes, IVE

Bibliografía: Catecismo de la Iglesia Católica, n. 284 y ss.; Jacques Maritain, Y Dios permite el mal, Guadarrama; Charles Journet, El mal, Rialp, Madrid.

[1] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 284.

[2] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 272.

[3] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 309.

[4] Ibid.

[5] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 310.

[6] Ibid.

[7] San Agustín, Enchiridion de fide, spe et caritate, 11,3.

[8] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 312.

[9] Ibid..

[10] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 313.

[11] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 314.

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