La vuelta a casa

LA VUELTA A CASA TRAS UNOS EJERCICIOS, RETIRO O PEREGRINACIÓN

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Al regresar a casa tras una experiencia intensa con el Señor, nos espera de nuevo el mundo, que no ha cambiado, aunque nuestro corazón sí lo haya hecho. El Demonio está esperándonos, presto a arrebatarnos las gracias obtenidas, enfriándonos y desanimándonos. -«No vas a ser capaz de cumplir con tus intenciones» nos dice. -«Despierta, sé realista, el mundo es demasiado crudo, no puedes vivir tan devotamente, se reirán de tí, te dejarán solo…- o más sutil: -«¡Qué buenas las intenciones que has hecho, pero ve poco a poco! No vaya a ser demasiado para tí, tampoco te vas a hacer santo en 2 días…- 

Y así, se vale de otras muchas estratagemas y excusas malignas

También hablará por boca de nuestros propios seres queridos o amigos, los más alejados de Dios e incluso católicos tibios. Igualmente se burlarán o darán malos consejos … -«¿Qué? ¿Ya te vas a hacer monja, o cura? ¿Qué ocurre, ahora te vas a pasar todo día en la iglesia rezando?
Satanás se valdrá de su lengua, como hizo con el mismo Pedro, que regañó a Jesús por querer dejarse crucificar. -¡APÁRTATE DE MI SATANÁS! – Le respondió el Señor, al que sería la mismísima roca sobre la que fundaría su Santa Iglesia. Pues en realidad no se lo decía a él, sino al Demonio que había tomado prestada su lengua para tentarle. Así mismo nosotros debemos exclamar interiormente con fuerza ese «apártate de mí» cuando veamos aparecer la cola de la Serpiente por malos pensamientos o la misma boca del prójimo. ¡Ánimo pues! Y no ceder ni un ápice en nuestras intenciones, que fue el mismo Señor el que nos las inspiró, y Dios no se muda. La Virgen y todos los santos están con nosotros. AMÉN.

¿Qué significa eso de «poner la otra mejilla»?

Resultat d'imatges de sermon de la montañaAnte todo, el sentido de ‘poner la otra mejilla’ debe entenderse en el contexto del discurso de la Montaña en que Jesucristo reforma la ‘ley del talión’ (cf. Mt 5,38-42)

Jesucristo toma por tema la ley del talión, que se hallaba formulada en la ley judía: ‘habéis oído -en las lecturas y explicaciones sinagogales- que se dijo (a los antiguos): ojo por ojo y diente por diente’.

Lo que Cristo enseña, en una forma concreta, extremista y paradójica, es cuál ha de ser el espíritu generoso de caridad que han de tener sus discípulos en la práctica misma de la justicia, en lo que, por hipótesis, se puede reclamar en derecho.

Por eso frente al espíritu estrecho y exigente del individuo ante su prójimo, pone Cristo la anchura y generosidad de su caridad. ¿Cuál ha de ser, pues, la actitud del cristiano ante el hombre enemigo? ‘No resistirle’, no por abulia, sino para ‘vencer el mal con el bien’ (Rom 12, 21).

Pero la doctrina que Cristo enseña va a deducirse y precisarse con cuatro ejemplos tomados de la vida popular y cotidiana y expresados en forma de fuertes contrastes paradójicos, por lo que no se pueden tomar al pie de la letra. Estos casos son los siguientes:

a) Si alguno te abofetea en la mejilla derecha, muéstrale también la otra. La paradoja es clara, pero revela bien lo que lo que debe ser la disposición de ánimo en el discípulo de Cristo para saber perdonar.

b) Al que quiera litigar contigo para quitarte la túnica, déjale también el manto. Ante esto, se le promete por Cristo ceder también de buen grado su túnica. La crudeza a que llevaría esta realización hacer ver el valor paradójico de la misma. La enseñanza de Cristo es ésta: Si te quisiera quitar una de las dos prendas únicas o necesarias de tu vestido ( de lo necesario o casi necesario a la vida), que no se regatee; que haya también una actitud, en el alma, de generosidad, de perdón, que se manifestaría incluso, como actitud, hasta estar dispuesto a darle también todo lo que se pueda.

c) Si alguno te requisa por una milla, vete con él dos. Esta sentencia de Cristo es propia de Mt. La expresión y contenido de ‘requisar’ es de origen persa. Y se expresa esto con el grafismo del caso concreto. Si se requisa por ‘una milla’ (que es el espacio que los romanos señalaban con la ‘piedra milaria’ = 1800 m.) habrá de responderse generosamente ofreciéndose para una prestación doble. La misma duplicidad en la fórmula hace ver que se trata de cifras convencionales. La idea es que la caridad ha de mostrarse con generosidad, enseñado por Cristo con un término técnico.

d) Da a quién te pida y no rechaces a quien te pide prestado (Lc. 6, 30). Teniéndose en cuenta el tono general de este contexto, en el que se acusan exigencias e insolencia por abuso (la bofetada, el despojo del manto , ‘la requisa’), probablemente este último ha de ser situado en el plano de lo exigente. Puede ser el caso de una petición de préstamo en condiciones de exigencia o insolencia.

El discípulo de Cristo habrá de tener un espíritu de benevolencia y caridad tal, que no niegue su ayuda- limosna o préstamo- a aquel que se lo pide , incluso rabasando los modos de la digna súplica para llevar a los de la exigencia injusta e insolente. El discípulo de Cristo deberá estar tan henchido del espíritu de caridad, que no deberá regatear nada por el prójimo como a sí mismo’.

 ¿Cuál es la doctrina que se desprende de estos cuatro casos en concretos que utiliza para exponerla?

Igualmente en estos cuatro casos hay que distinguir la hipérbole gráfica y oriental de su formulación y el espíritu e intento verdadero de su enseñanza.

Y para esto mismo vale la enseñanza práctica de Jesucristo.

Así cuando el sanedrín lo procesa y cuando un soldado le da una bofetada, no le presenta la otra mejilla, sino que le dice: ‘Si he hablado mal, muéstrame en qué , y si bien ¡, ¿por qué me abofeteas?’ (Jn. 18,22.23).

La enseñanza de Cristo y de Pablo muestran bien a las claras que la enseñanza de Cristo no tiene un sentido material, Si en la hagiografía cristiana llegó el celo a practicar literalmente estos mandatos, fue ello efecto de un ardiente espíritu de caridad que se llegó a desbordar, incluso en el gesto.

De: El teólogo responde.

Ver artículo original (visitado el 07/05/2018)

¿Por qué Jesús dobló el lienzo que cubría Su Faz en el sepulcro?

El Evangelio según San Juan, en el capítulo 20, nos habla de un lienzo que había sido colocado sobre la Faz de Jesús cuando Él fue sepultado, al final de la tarde del Viernes Santo.

Ocurre que, después de la Resurrección, cuando el sepulcro fue encontrado vacío, ese lienzo no estaba caído a un lado, como la sábana que había envuelto el Cuerpo de Jesús. El Evangelio reserva un versículo entero para contarnos que el lienzo fue doblado cuidadosamente y colocado a la cabeza del túmulo de piedra.

Imatge relacionada

Pero ¿por qué Jesús dobló el lienzo que cubría Su cabeza en el sepulcro después de resucitar?

Bien pronto por la mañana de domingo, María Magdalena fue hasta el lugar y descubrió que la pesadísima piedra que bloqueaba la entrada del sepulcro había sido quitada. Ella corrió y encontró a Simón Pedro y a otro discípulo, aquel a quien Jesús tanto amaba – San Juan Evangelista– y les dijo:“¡Retiraron el Cuerpo del Señor y no sé a dónde Le llevaron!”

Pedro y el otro discípulo corrieron hasta la tumba. Juan pasó delante de Pedro y llegó primero. Se detuvo y observó los lienzos, pero no entró. Entonces Simón Pedro llegó, entró en el sepulcro y vio los lienzos allí dejados, mientras que el lienzo que había cubierto la Divina Faz estaba doblado y colocado a un lado.

¿Esto es importante? Definitivamente.

¿Esto es significativo? Sí.

¿Por qué?

Para poder entender el significado del lienzo doblado, tenemos que entender un poco la tradición judía de la época.

El lienzo doblado tiene que ver con una dinámica diária entre el amo y el siervo – y todo niño judío conocía bien esa dinámica. El siervo, cuando preparaba la mesa de comer para el amo, procuraba tener la certeza de hacerlo exactamente de la manera deseada por su señor.

Después que la mesa era preparada, el siervo quedaba esperando fuera de la visión del amo hasta que él terminase de comer. El siervo no se atrevería nunca a tocar la mesa antes de que el amo hubiese acabado. Al terminar, el amo se levantaría, se limpiaría los dedos, la boca y la barba, haría una bola con el lienzo y lo dejaría en la mesa. El lienzo arrugado quería decir: “He terminado“.

Ahora bien, si el amo se levantara y dejara el lienzo doblado al lado del plato, el siervo no osaría tocar aún la mesa, porque ese lienzo doblado quería decir: “¡volveré!”.

De Aleteia.org (06/04/2018)

Por qué confesarse con un sacerdote? Un diálogo socrático

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Esta vez os traemos un artículo que nuestros amigos de las Voces del Verbo de Italia publicaron en su blog Formazione Cattolica cuyo enlace podréis encontrar en el apartado de «Sitios de Interés» de la barra lateral. Se trata de un diálogo socrático sobre el Sacramento de la Confesión. Estos diálogos no están hechos para abarcar todos los aspectos de una discusión ni para responder a cada objeción. Más bien son una introducción entretenida e intelectualmente estimulante a la doctrina católica. En este diálogo, Martin (protestante) y Justin (católico) discuten acerca del Sacramento de la Confesión.

 

Martin: ¿Qué te parece si hablamos de la confesión?
Justin:Buena idea
Martin: Obviamente mi pregunta es: ¿por qué confesáis vuestros pecados a un hombre en vez de a Dios?
Justin: Confieso mis pecados a los dos
Martin: ¿Por qué?
Justin: Porque creo que el Sacramento de la confesión, establecido por Cristo, es la vía ordinaria mediante la cual una persona puede ser perdonada de pecados graves después del bautismo.
Martin: ¿No crees que Dios sea lo suficientemente poderoso para perdonarte sin la mediación de un sacerdote?
Justin: Claro que sí.
Martin: ¿Entonces por qué confiesas tus pecados a un cura?
Justin: Ehm… porque creo que el Sacramento de la Confesión, establecido por Cristo, es la vía ordinaria mediante la cual una persona puede ser perdonada de pecados graves después del bautismo.
Martin: ¿Lo dices en serio?
Justin: Realmente no entiendo cuál es el problema. ¿ Cuál es exactamente tu objeción?
Martin: ¡La idea de que un hombre pecador pueda perdonar los pecados de cualquiera es una blasfemia contra el Espíritu Santo!
Justin: No quisiera parecer importuno, pero me parece que tu argumento no está contra mí ni contra la Iglesia Católica, sino contra Dios.
Martin: No. Estoy suficientemente seguro que está contra ti y tu iglesia herética.
Justin: Martin, si nuestro Señor ha querido dar a los hombres la capacidad de perdonar los pecados, ¿qué más tendría que haber hecho a parte de decir a hombres pecadores “a quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos”? Esta frase es del Evangelio de San Juan, capítulo 20, versículo 23.
Martin: Sé de dónde es esa frase, pero no la has entendido.
Justin: ¿De verdad?
Martin: Sí. ¡Jesús está diciendo a los apóstoles de ir a anunciar el Evangelio! Es el Evangelio, la buena noticia que “Tanto amó Dios al mundo que dio a su hijo unigénito para que quien crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). Aceptar esta noticia significa tener los pecados perdonados. Rechazarla significa estar “ya condenados” (Jn 3,18).
Justin: Me parece divertido, Martin, que a menudo me acusas de no tomar a Jesús al pie de la letra, y después me vienes a decir que cuando Jesús dijo a los apóstoles que habrían podido perdonar y no perdonar los pecados, no quería decir que podían perdonar y no perdonar los pecados. Entonces, de nuevo, no quisiera parecer importuno, ¿pero por qué debería darte la razón cuando las palabras de Nuestro Señor te contradicen?
Martin: Es absurdo. No te estoy pidiendo que me des la razón. Y sí, eres un poco importuno, solo un poco. Mira, te estoy pidiendo de acepta la autoridad de la Palabra de Dios, pero antes de hacerlo, debes leer las Escrituras en su contexto.
Justin: Bien, ¿entonces por qué no leemos este fragmento en su contexto? Nuestro Señor se aparece a los discípulos tras su resurrección; ¿empezamos por el versículo 21?
Martin: Dame un momento para encontrarlo… aquí esta. Muy bien, versículo 21, leo yo: “Jesús les dijo de nuevo ‘¡Paz a vosotros! Como el Padre me ha enviado, así os envío yo’ ”.
Justin:Vale, párate un momento. ¿Por qué el Padre ha enviado al Hijo?
Martin: En la segunda carta de San Pablo a los Corintios, 5: 19, está escrito que lo envió para reconciliar al mundo consigo mismo.
Justin: ¡Exactamente! Entonces Jesús, que fue enviado para reconciliar al mundo con el Padre, ahora está enviando a los apóstoles a hacer lo mismo.
Martin: Correcto, proclamando el Evangelio.
Justin: ¡Exacto! Y este Evangelio incluye el sacramento de la Confesión, pero tú sigue leyendo.
Martin: ¡Enséñame en qué sitio de la Biblia se usa la palabre “sacramento”!
Justin: Y tú enséñame en qué sitio de la Biblia se usa la palabra “Biblia” o, “Trinidad” o, “Encarnación”. No encontrarás estas palabras, pero no por ello son ilegítimas. Sigue leyendo.
Martin: “Diciendo esto, sopló y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo’.
Justin: Muy bien. Veamos, aquí está ocurriendo algo importante, ¿correcto? Tan solo en otro momento Dios sopla sobre alguien en la Sagrada Escritura, cuando le da a Adán el aliento de Vida.
Martin: Sí, les está dando el Espíritu Santo.
Justin: uh-huh.
Martin: “a quien perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos.”
Justin: Verás, Martin, estoy de acuerdo contigo. Tan solo Dios puede perdonar los pecados. El Catecismo lo reconoce en el parágrafo 1441.
Martin: Sabes que no iré a consultarlo nunca, ¿verdad?
Justin: Oh! Déjalo, claro que lo harás. Muy bien, ahora leeré yo por ti: “Solo Dios perdona los pecados. Porque Jesús es el Hijo de Dios, Él dice de sí mismo: ‘El Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados’ (Mc 2,10) y ejerce este poder divino: ‘Tus pecados te son perdonados’ (Mc 2,5). Es más, e virtud de su autoridad divina da tal poder a los hombres a fin de que lo ejerciten en Su nombre” (CIC, 1441)
Martin: ¿Estás apoyando un argumento entero sobre tan solo un versículo?
Justin: ¿Y qué si así fuera? ¿No es tal vez este único versículo Palabra de Dios? De todas formas, si quieres, podemos mirar en otros pasajes. Este Sacramento fue profetizado en el Antiguo Testamento. Tan solo debemos echar un vistazo al principio del Génesis donde vemos que Dios pregunta a Adán, Eva y Caín ‘¿Dónde estás?’ y ‘¿Qué has hecho?’. Está buscando obtener una confesión. No porque no supiese lo que habían hecho, sino porque eran…
Martin: …Sí, pero esto confirma lo que yo digo, debemos confesarnos directamente con Dios. En ninguna parte del Antiguo Testamento se ve a Dios decirle a los hombres de confesar a los hombres
Justin:No espera, te equivocas. Lee el Levítico, capítulo 5; y Números, capítulo 5. En ése capítulo del libro del Levítico se lee que “y así hará el sacerdote la expiación del pecado cometido, y le será perdonado.” el pecado, después de haberlo confesado públicamente. Mira Martin, has establecido una falsa dicotomía. Dices que un hombre puede confesar sus pecados a Dios o bien a los hombres. Lo que yo digo es que la Biblia enseña que Dios ha dado este poder ¡a los hombres! Sé que esto no te gusta. Sé que va contra todo aquello que se te ha enseñado, pero es lo que la Biblia enseña.
Te invito a meditar sobre el Evangelio de Mateo, capítulo 9. Allí vemos que la multitud glorifica a Dios que ha dado esta autoridad – la autoridad de perdonar pecados – a los hombres. Viene de Dios. Como dice San Pablo “Mas todo esto viene de Dios, que por Cristo nos ha reconciliado consigo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación.” (2 Cor. 5,18)
Martin: Entonces si soy católico y he cometido algún pecado que vosotros llamáis grave, o mortal, y el sacerdote no consigue llegar a tiempo para escuchar mi confesión, según vosotros iré al infierno.
Justin: No necesariamente. Si un hombre está realmente arrepentido, entonces Dios lo perdonará. Recuerda lo que he dicho antes, el Sacramento de la Confesión es la vía ordinaria por la que una persona es perdonada de sus pecados graves después del Bautismo. Estamos ligados a este Sacramento, sin embargo Dios no. Permite que te haga una pregunta. Si tu madre tuviese cáncer, ¿podría Dios curarla?
Martin: ¡Claro!
Justin: Bien, ¿significa esto que no la llevarías al médico?
Martin: No, claro que la llevaría.
Justin: Porque generalmente nos curamos gracias a la mediación de un médico. Pero esto no significa que Dios no pueda curarnos directamente. Ocurre lo mismo con este magnífico Sacramento que Cristo estableció. A pesar de que Él es capaz de perdonar nuestros pecados cuando realmente lo sentimos y estamos perfectamente contritos, esto no sustituye la vía ordinaria que Él ha establecido, mediante la que tenemos la certeza de que nuestros pecados han sido perdonados.
Martin: ¿Dónde puedo estudiar mejor este argumento?
Justin: Bueno, puedes empezar por el Catecismo que has dicho que nunca leerías. Empieza por el parágrafo 1422.

de http://www.mattfradd.com

La Cercanía de Dios

El domingo pasado comenzamos el nuevo año litúrgico con el inicio del Adviento, como todos sabemos, es una época de reflexión y sobre todo de preparación personal para la venida del Señor. Con este motivo publicamos este artículo que es un fragmento del libro Servidor de vuestra alegría, escrito por el Papa Emérito Benedicto XVI cuando aún era cardenal. Se trata de una meditación sobre la parábola del sembrador, que nos ayudará a recibir más digna y conscientemente el esperado tiempo de Navidad.

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A través de la parábola del sembra­dor, el evangelio nos ofrece al mismo tiempo una imagen del sacerdote, a quien descubre la gran­deza y la miseria de su servicio. Y es también, a una con ello, una buena señalización del camino que en este momento emprende nuestro amigo. Es asimismo una palabra de aliento para todos nosotros, los que avanzamos, en este tiempo que nos ha tocado vivir, a través de los embates di­rigidos contra la fe: nos enseña, en efecto, a ad­vertir, en medio de toda esta hostilidad, la cerca­nía de Dios y a estar henchidos de gozo, con la certeza de que, a pesar de todo, también median­te nuestra pobre fe y nuestra oración, crece la cosecha de Dios en el mundo y que lo oculto y escondido es más poderoso que lo grande y vo­cinglero. Y es, en fin, una palabra de advertencia que nos debe mover a reflexión. No resulta, en efecto, tan fácil hacer, a partir de este evangelio, tranquila y limpiamente la siguiente clasificación: Nosotros somos los que estamos del lado de Dios; los «otros» son los que no permiten que su pala­bra prospere. ¿Quiénes son estos «otros»? De­bemos preguntarnos, con total y absoluta hones­tidad, si no pertenecemos también nosotros, en una buena medida, al grupo de los «otros». De­bemos examinar si nos encontramos también nos­otros entre aquellos de quienes Jesús dijo que no tenían suficiente profundidad, o que son como la roca, que no permite echar raíces. O si tal vez pertenecemos —así debe seguir nuestro interro­gatorio— a los que Jesús llama veletas, que no saben resistir, sino que se dejan simplemente arrastrar por la corriente del tiempo, entregados al «se», a la masa; que se preguntan únicamente qué «se» dice, qué «se» hace o qué «se» piensa, y nunca han llegado a conocer la excelencia de la verdad, por la que merece la pena enfrentarse al «se».

¿No formamos parte acaso demasiadas veces del grupo de aquellos en los que la simiente fue ahogada por los abrojos de las preocupaciones o de los placeres? ¿O nos contamos entre aquellos de quienes Jesús dice que en realidad la palabra no ha entrado en ellos, porque en cuanto la oyen viene Satanás y se la arrebata? ¿Es decir, entre aquellos que no sintonizan con la longitud de on­da de Dios, porque el ruido del mundo ha adqui­rido tal volumen que ya no pueden percibir lo eterno, que habla en el silencio? ¿Entre los que, en el tumulto del tiempo, ya no tienen oídos para la eternidad de Dios? ¿No debemos meditar seria­mente en el peligro de que, al final, seamos contados en el número de aquellos de quienes Jesús dijo que no «producen fruto», es decir, que han vivido inútilmente? Pero el fruto crece —así lo dice el Señor— en la paciencia y en la perseveran­cia de quien se mantiene firme, sople donde­quiera el viento del tiempo.

(SERVIDOR DE VUESTRA ALEGRÍA, Cardenal Joseph Ratzinger, Herder, 1989, pág. 19-21)

El problema del mal

¿Es inocente Dios del mal del mundo? Este es un tema que muchos de nosotros pensamos alguna vez y también es una pregunta que nos suelen repetir nuestros amigos ateos, ¿Por qué Dios permite el mal? En este artículo del blog El teólogo responde, página web que escribe el P. Miguel Ángel Fuentes, IVE; un joven le realiza las siguientes preguntas

¿Porque Dios permite el mal? Si Dios es creador de todas las cosas, y si el mal existe
¿lo creó Dios? ¿Es inocente Dios del mal en el mundo? ¿Por qué hace sufrir a los buenos?

Estimado:canvistas

El drama de la existencia del mal ha sido usado desde muy antiguo para poner objeciones a la existencia de Dios o al menos a su actuación en el mundo. Lo reconoce el mismo Catecismo de la Iglesia Católica: “Si el mundo procede de la sabiduría y de la bondad de Dios, ¿por qué existe el mal?, ¿de dónde viene?, ¿quién es responsable de él?, ¿dónde está la posibilidad de liberarse del mal?”[1]. Y también en otro lugar: “La fe en Dios Padre Todopoderoso puede ser puesta a prueba por la experiencia del mal y del sufrimiento. A veces Dios puede parecer ausente e incapaz de impedir el mal”[2].

          Para muchos el escándalo del mal pone a prueba su fe en la providencia divina. “Si Dios Padre Todopoderoso, Creador del mundo ordenado y bueno, tiene cuidado de todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal?”[3]. “A esta pregunta tan apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa –responde el Catecismo– no se puede dar una respuesta simple. El conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta: la bondad de la creación, el drama del pecado, el amor paciente de Dios que sale al encuentro del hombre con sus Alianzas, con la Encarnación redentora de su Hijo, con el don del Espíritu, con la congregación de la Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada que las criaturas son invitadas a aceptar libremente, pero a la cual, también libremente, por un misterio terrible, pueden negarse o rechazar. No hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea en parte una respuesta a la cuestión del mal”[4].

Algunos se preguntan: “¿por qué Dios no creó un mundo tan perfecto que en él no pudiera existir ningún mal?”[5]. Es cierto que “en su poder infinito, Dios podría siempre crear algo mejor”. Sin embargo, dice el Catecismo, “en su sabiduría y bondad infinitas, Dios quiso libremente crear un mundo ‘en estado de vía’ hacia su perfección última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con las construcciones de la naturaleza también las destrucciones. Por tanto, con el bien físico existe también el mal físico, mientras la creación no haya alcanzado su perfección”[6].

          Los ángeles y los hombres son criaturas inteligentes y libres, y deben, como tales, caminar hacia su destino último por elección libre y amorosa. Pero la libertad, en este mundo, es imperfecta y por tanto puede claudicar; es lo que de hecho ocurrió con el pecado. Y fue así como el mal moral entró en el mundo, como indicamos al hablar más arriba del pecado original. Dios no es de ninguna manera, ni directa ni indirectamente, la causa del mal moral. Lo permite, respetando la libertad de su criatura, porque, misteriosamente, sabe sacar de él el bien, como dice San Agustín: “Porque el Dios Todopoderoso… por ser soberanamente bueno, no permitiría jamás que en sus obras existiera algún mal, si Él no fuera suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal”[7].

          Hay cosas que no podemos explicar ni entender sino desde una perspectiva que trascienda los tiempos y las expectativas demasiado apresuradas de los hombres: “Así, con el tiempo, se puede descubrir que Dios, en su providencia todopoderosa, puede sacar un bien de las consecuencias de un mal, incluso moral, causado por sus criaturas”[8].

          Es lo que nos enseña el episodio de José vendido por sus hermanos como esclavo. Con el tiempo, y debido a esa misteriosa decisión pecaminosa de sus hermanos, José se convierte en el salvador de su pueblo. No fuisteis vosotros, dice José a sus hermanos, los que me enviasteis acá, sino Dios…, aunque vosotros pensasteis hacerme daño, Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir… un pueblo numeroso (Gn 45,8; 50,20). Esto no quita ni disminuye la malicia de la voluntad que interviene en la historia con su pecado (como no dejó de ser pecado la acción de los hermanos de José), pero Dios da vuelta las cosas trocándolas en un bien mayor.

          Mucho más se ve en la Muerte del Hijo de Dios hecho hombre: “Del mayor mal moral que ha sido cometido jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por los pecados de todos los hombres, Dios, por la superabundancia de su gracia, sacó el mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y nuestra Redención. Sin embargo, no por esto el mal se convierte en un bien”[9].

          San Pablo expresa este misterio con una expresión que debe guiar a los cristianos en medio de sus pruebas: Todo coopera al bien de los que aman a Dios (Rm 8,28).

          Los santos han tenido una delicada conciencia de esta verdad. Por eso Santa Catalina de Siena decía a “los que se escandalizan y se rebelan por lo que les sucede”: “Todo procede del amor, todo está ordenado a la salvación del hombre, Dios no hace nada que no sea con este fin”. Y Santo Tomás Moro, poco antes de su martirio, consuela a su hija: “Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor”. De modo semejante la mística inglesa Juliana de Norwich: “Yo comprendí, pues, por la gracia de Dios, que era preciso mantenerme firmemente en la fe y creer con no menos firmeza que todas las cosas serán para bien… Tú verás que todas las cosas serán para bien” [10].

Como cristianos debemos profesar nuestra visión de fe en este misterio de la existencia del mal diciendo con el Catecismo: “Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con frecuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios cara a cara (1Co 13,12), nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat definitivo, en vista del cual creó el cielo y la tierra”[11].

P. Miguel Ángel Fuentes, IVE

Bibliografía: Catecismo de la Iglesia Católica, n. 284 y ss.; Jacques Maritain, Y Dios permite el mal, Guadarrama; Charles Journet, El mal, Rialp, Madrid.

[1] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 284.

[2] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 272.

[3] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 309.

[4] Ibid.

[5] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 310.

[6] Ibid.

[7] San Agustín, Enchiridion de fide, spe et caritate, 11,3.

[8] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 312.

[9] Ibid..

[10] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 313.

[11] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 314.